Viaje a través de España en los años 1786-87 Joseph Townsend
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Cartagena a Alicante: Murcia, la Catedra. Orihuela, Elche. El mal de ojo
de Cartagena a Valencia
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El martes 15 de mayo, a las siete de la mañana, me despedí de mis amables amigos y partí en un calesín para Murcia, siguiendo el valle por el que había entrado en la ciudad. Hacia el mediodía llegué a la Venta de Jimena, que se encontraba a cuatro leguas. Tres horas después de comer abandoné el valle y seguí por una hermosa y reciente carretera que ascendía entre las montañas, en su mayor parte cultivadas hasta en las cimas.
La causa de esta altura que alcanza la tierra cultivable, y de la extrema fertilidad del valle que había dejado
atrás, parece que hay que buscarla en la descomposición constante de las altas y suaves rocas de esquisto,
que hace que el suelo se renueve sin cesar, alimentando incansablemente de arcilla rica y grasa.
Al cortar las colinas para abrir el camino han dejado al descubierto grandes estratos de guijarros o ripio
pulido, de cuarzo blanco, de piedra caliza y de arena silícea.
Al subir nos encontramos con dos carros cargados con una cantidad de ajos que mi guía me aseguró era la que se consumía semanalmente en Cartagena. Al descender hacia Murcia vi una cruz conmemorativa, cuya inscripción indicaba que en ese mismo lugar un viajero había sido robado y asesinado.
Tan fértil como el de Cartagena, y por las mismas causas, es el valle de Murcia, sin duda lo más hermoso que he visto en España. Este vasto espacio, que tiene por suelo una greda rica y bien regada, semejaba un jardín bien cuidado. Abundan allí los naranjos, los limoneros, los olivos y las moreras, y la multitud de hombres útiles y activos que pululaban por todo él semejaban abejas que se dirigen a recoger la miel o regresan cargadas a sus colmenas. Su vestido, que, consiste en un chaleco de lino y pantalones cortos, es blanco, lo que les hace muy llamativos.
Cerca de la ciudad, uno de los corsarios o arrieros que nos acompañaban desde Cartagena tuvo la desgracia de romper una cesta que estaba encomendada a su cuidado y, sobre todo, de descubrir lo que contenía. Después de este accidente le vi pensativo, y comprendí claramente que estaba resistiendo una tentación. Por fin, cogió el pastel, cerró la cesta y volvió la mirada; pero poco a poco parecía ir perdiendo los escrúpulos, y antes de llegar a la ciudad se había comido casi todos. Si la tentación le hubiera llegado antes, creo que ni uno sólo de los pasteles habría llegado a su destino. Sonreí ante su simplicidad; y al reflexionar sobre las distintas tentaciones a las que está expuesta la naturaleza humana, llegué a la conclusión de que la ignorancia de las posibilidades de hacer el mal es el mejor guardián de nuestra inocencia.
La entrada en Murcia se realiza a través de una avenida recta y espaciosa, rica en vegetación y bien regada. Los campos que haya su derecha e izquierda disponen de agua en abundancia y producen muy ricas cosechas. La ciudad contiene once parroquias, una catedral, nueve conventos de monjas y diez de frailes, y según elúltimo censo del gobierno, viven en ella quince mil familias.
En cuanto llegué, visité la catedral, cuya alta torre había atraído mi atención desde que la vi en la lejanía. Su elegante fachada contiene dieciséis columnas corintias de mármol y treinta y dos imágenes del tamaño del natural. Una de las partes más interesante de este edificio es la capilla de los Vélez, un hexágono abovedado construido en un gracioso y elegante estilo gótico y rodeado por una cadena de piedra curiosamente labrada. Me decepcionó mucho entrar en la catedral y descubrir que el interior apenas respondía a las extraordinarias expectativas que me había hecho albergar la belleza de la fachada. De hecho, lo único digno de destacarse en él son las pinturas y la orfebrería.
De los dos altares de plata que hay allí, uno es muy sencillo, y el otro, que se utiliza en las grandes solemnidades, está más ornamentado. Hay una custodia de plata que sirve para la elevación de la hostia y pesa seis quintales y medio, algo menos de seiscientos pesos. Otra contiene ocho libras y cuatro onzas del oro más puro, seiscientas esmeraldas y muchos y valiosos diamantes. Hay un copón, que es un recipiente parecido y sólo contiene hostias consagradas. En su elaboración se emplearon cinco libras de oro y muchos brillantes de gran valor. A la derecha del altar hay una gran urna de plata que en sus cuatro pies de longitud, dos y medio de anchura y cuatro de altura contiene los restos de los obispos Fulgencio y Florentino. Sobre ella se encuentra un pequeño cofre de oro y plata magníficamente labrado, en cuyo interior se guarda un cabello de la barba de Cristo, que fue enviado desde Roma por el cardenal Velluga, obispo de esta diócesis.
Nunca acabaríamos de enumerar todas las joyas que posee esta iglesia, las cuales constituyen un tesoro
impresionante que si se hiciera circular animaría la industria y enriquecería todo el territorio que pudiera
gozar de su influencia.
La sacristía destinada a alojar esta riqueza se encuentra en el centro de una alta torre cuya estructura
arquitectónica es similar a la de Sevilla; y aunque por ahora no alcanza la altura de ese famoso edificio,
cuando esté acabada la sobrepasará en más de diez pies. No se asciende por escalones, sino por una rampa
que rodea al santuario, vasto recinto que sirve de refugio a los asesinos, quienes pueden encontrarse allí a
salvo de la espada de la justicia y del puñal de la venganza.
En esta prisión voluntaria vi a dos asesinos, que disponían ambos de su propia cama. Subieron conmigo
hasta la parte alta de la torre, y se les veía contentos de tener a alguien con quien conversar; pero como yo
no esperaba que me dijeran la verdad, no les pedí que me relataran las circunstancias que les habían
conducido a esa melancólica morada.
Desde lo alto de esta alta torre se goza de paisajes deliciosos, que abarcan el valle y las montañas vecinas.
También se puede ver la ciudad, que rodea por todas partes a la catedral y está situada casi en el centro del
valle. Éste se extiende unas seis leguas de Este a Oeste, y dos de Norte a Sur. Limita al Mediodía con la
cadena de montañas que habíamos atravesado y que lo separan del valle de Cartagena; por el Este se
comunica con el valle de Orihuela, y con el mar mediante una pequeña abertura de cerca de una legua; y al
noroeste unas colinas lo separan de las altas montañas que se pierden en el horizonte.
La catedral está construida con pisolita, un tipo de piedra que debe su nombre a su composición a base de
pequeños fragmentos de conchas y de glóbulos redondos parecidos a las huevas de pescado. También
contiene muchos bivalvos y anomias.
El convento más grande es el de los Cordeliers, y el más hermoso, el de las capuchinas, que acoge a monjas.
Quedé sumamente sorprendido del puente que hay sobre el Segura, una obra magnífica que ofrece deliciosas vistas sobre el río, la ciudad, el valle y las montañas lejanas, que muestran desde allí sus perspectivas más agradables. Hace ya tiempo que la ciudad habría sido barrido por los frecuentes desbordamientos que tiene el río en las estaciones lluviosas si no la protegiera un poderoso dique de veinte pies de anchura y otros tantos de altura. Aunque nació únicamente para proteger a la población, sirve también a sus habitantes de agradable paseo y como lugar de devoción, pues se interna en el campo por espacio de muchas millas y se han fijado en él las estaciones sagradas. Expliqué el carácter de estas estaciones al describir el convento de los franciscanos de Sevilla.
Aquellos que siempre han vivido en lugares templados nunca podrán imaginar las molestias que causan las
moscas al viajero que pasa el verano en las provincias del sur de España. Sin embargo, ninguna de las
ciudades en las que estuve me pareció más infestada de esos incómodos insectos que Murcia. Allí es donde
se puede comprender más claramente por qué fue Belcebú, dios de las moscas, el título que adquirió el ser
más detestable para la raza humana. Para espantarlas utilizan en algunas casas un gran abanico que cuelga
sobre la mesa del comedor y se encuentra constantemente en movimiento; en otras: hacen que uno de los
sirvientes mueva ininterrumpidamente una rama de árbol mientras tiene lugar la comida; y los grandes
tienen a su lado un criado cuya única ocupación es mantener alejadas a las moscas mediante un paño.
Mi estancia fue breve. Esta ciudad y sus alrededores son muy interesantes; pero, por desgracia, como no encontraba las cartas en las que el conde de Floridablanca me recomendaba a las personas principales de su ciudad de origen. llegué demasiado apresuradamente a la conclusión de que los aduaneros de Cádiz las habían perdido cuando examinaron mi portamaletas y extrajeron todas mis cartas. Más tarde descubrí con desagrado que las habían puesto entre las de Valencia, pero ya era demasiado tarde. Asqueado de lo sucedido, incomodado por la posada y no teniendo ninguna recomendación dirigida a algún habitante de Murcia, después de pasar una noche en la ciudad resolví marcharme.
El posadero , que era gitano, como la mayor parte de sus colegas en esta parte de España, me aseguró que pagaba una renta de treinta reales al día, seis chelines, y que al año gastaba setecientos cincuenta reales en alcabalas ; yeso que, entre todas las malas ventas y posadas que yo he visto, ésta era una de las peores.
Su aportación a la alcabala es bastante escasa, pues si por cada arroba de aceite tiene que pagar cinco reales, y tres cuartos por cada libra de carne, y suponemos que su consumo está en proporción al impuesto diario, debería de pagar más de siete libras y diez chelines al año. A pesar de estos elevados impuestos, la libra de dieciséis onzas de carne de vaca se vende a once cuartos, un poco más de tres peniques; la de carnero a trece, la de cerdo a quince y la de cabrito a dieciséis. El pan cuesta cuatro cuartos si es muy blanco.
El miércoles 16 de mayo, a las tres de la tarde, me acomodé en mi calesín y, siguiendo la orilla del río, me encaminé hacia Alicante. A la izquierda había un viejo castillo emplazado sobre la cima de una alta peña calcárea que se encuentra aislada, es puntiaguda como un pan de azúcar y contiene muchos y extraños fósiles.
Todos los cultivos, como el trigo, la cebada, la avena, los guisantes, el lino; el cáñamo o la alfalfa (Medicago sativa) prometían abundantes cosechas, y los árboles estaban muy frondosos. Entre éstos destacaban los olmos, los álamos, los sauces, los cipreses, los naranjos, los limoneros, las higueras, las moreras, las palmeras, los nísperos y los granados. En una palabra, todo el valle era un ininterrumpido jardín.
Observé que los hornos se encontraban separados de las casas, y cubiertos de tierra para conservar el calor.
anochecer, y después de haber recorrido cuatro leguas desde que salimos de Murcia, llegamos a Orihuela, una próspera y rica ciudad que se extiende a ambos lados del Segura y alberga a veintiún mil habitantes, trece conventos y un seminario con capacidad para doscientos estudiantes, que data de 1555.
La catedral es antigua y poco interesante, mientras que la parroquia de Santa Augusta es elegante, y la de los frailes agustinos embellecerá mucho la ciudad cuando esté acabada.
En los alrededores hay algunas buenas fábricas de salitre fundadas por el gobierno, y en el valle abunda
tanto el agua, que las cosechas no dependen de la lluvia. De ahí el proverbio:
Llueva o no llueva, trigo en Orihuela
Dejamos la ciudad y continuamos nuestro camino por el valle, manteniendo el río a nuestra derecha y altas montañas a la izquierda, mientras avanzábamos entre grandes plantaciones de moreras. El regaliz se extiende como si fuera una mala hierba por todo este territorio, pues se adapta muy bien a la considerable profundidad que alcanza aquí el suelo; y el calor del sol y la abundancia de agua hacen que todas las plantas crezcan con peculiar vigor. La roca es calcárea. Abandonamos esta dilatada llanura dejando al Segura a nuestra derecha, giramos hacia un pequeño valle que comunicaba con éste por la izquierda y, después de pasar entre altas peñas, entramos en el rico valle de Punda, que queda a una milla. Está orientado, como sus muchas cuencas adyacentes, de Este a Oeste, que es la dirección que toman generalmente las montañas y los valles españoles; y cerca ya del mar se comunica con el valle de Orihuela.
En las montañas vimos algunas cruces conmemorativas. Los campesinos visten medias, pantalones y chaleco blancos, sandalias de esparto, faja de color y un estrecho gorro negro.
Cuando llevábamos recorridas dos leguas llegamos a Alvatera, un mísero pueblo que tiene una magnífica iglesia y pertenece al marqués de Dos Aguas. El campo produce principalmente vides y olivos. Por el camino nos encontramos con un rebaño que se dirigía a las montañas en busca de alimento. En la encrucijada de cuatro caminos había un poste muy alto que sostenía un gancho del que colgaba un cuarto de un hombre. Los otros cuartos estaban colgados en los principales lugares donde el infeliz había sido acusado de robo y asesinato.
En las hondonadas el trigo parecía muy desarrollado y esperaba la hoz; y la cebada ya había sido cosechada y aguardaba junto a las eras ser pateada por el ganado. Aquí todos los caminos se encuentran invadidos por la naturaleza; pero si quebraran el rico suelo de arcilla y greda, descubrirían un lecho fino de grava que permitiría que durante muchas generaciones los caminos no tuvieran que ser reparados.
Más o menos a una milla antes de llegar a Elche, y después de atravesar el ancho lecho de un torrente que en aquella época se encontraba seco, observé a la entrada de un gran olivar postes similares al que he descrito. En cada uno de ellos había un cuarto de un hombre, y servían para recordar otros tantos robos acompañados de asesinatos.
Elche, la Ilici de los romanos, podría ser llamada con toda propiedad la ciudad de los dátiles, pues se
encuentra rodeada por todas partes de plantaciones de palmeras, unos árboles que hacia el mes de mayo
están cargados de frutos que cuelgan formando unos racimos casi perfectamente circulares, por lo que
cuando están maduros semejan coronas de oro de las que sale un penacho de plumas. Cada racimo
aparenta tener un volumen de un bushel, y se dice que pesa entre seis y diez arrobas. Se trata de frutos
muy variados en cuanto a sabor y color. Cuando maduran, generalmente adquieren un color amarillo, aunque
los hay también verdes, y no son raros los marrones oscuros. En cuan. to al sabor, algunos son dulces, y
otros más bien ácidos. Los árboles masculinos producen únicamente flores, y son los femeninos los que dan
fruto.
En sus trece parroquias, Elche contiene, según el último censo del gobierno, diecisiete mil cuatrocientos tres
habitantes, ocho mil seiscientos sesenta y siete de los cuales son hombres y ocho mil setecientas cuarenta y
seis mujeres. Frente a las setecientas cincuenta y una viudas hay sólo trescientos viudos. La ciudad cuenta
con doscientos caballeros nobles, dieciocho abogados, doce escribanos, trece inquisidores y tres conventos,
dos de ellos masculinos y el otro femenino. Tiene por iglesia mayor un hermoso edificio cubierto con una
majestuosa cúpula y muy elegantemente ornamentado. Atienden el altar dos curas, un vicario, cuatro
doctores y numerosos capellanes. La arenisca con la que está construida se está desmoronando y
cuarteando debido a la debilidad del cemento natural que contiene.
La ciudad pertenece al duque de Arcos, en la actualidad conde de Altamira, y su administración está en
manos de un corregidor, cuatro regidores, otros tantos representantes populares, dos alcaldes y un alguacil
mayor .El palacio ducal, que parece muy antiguo, se encuentra a la orilla de un profundo barranco. La
población fue reconquistada a los moros por Pedro el Cruel en 1363.
No tienen carne de vaca. La libra de treinta y seis onzas de carne de carnero se vende a treinta y dos
cuartos, la de cordero a veintitrés y la de cerdo a treinta y seis. Las dieciocho onzas de pan cuestan cinco
cuartos y medio si es de trigo, mientras que si es de cebada hay que pagar sólo dos.
Al salir de Elche el camino discurre entre extensas plantaciones de olivos entremezclados con algarrobos, y en un momento dado el paisaje se abre, dejando ver el mar a nuestra derecha, que dista de allí alrededor de una legua, mientras altas montañas se pierden en la lejanía a nuestra izquierda. Enfrente se ve, a cuatro leguas de distancia, la elevada fortaleza que domina Alicante. Un poco más cerca de esta ciudad el territorio, que es salvaje y está muy quebrado, muestra su roca arenisca; pero cuando bajas hasta casi el nivel del mar encuentras un suelo fértil en el que crecen ricas cosechas de trigo y abundantes plantaciones de almendros.
En todo el sur de España, y más especialmente en esta zona, hay numerosas fuentes y aljibes abovedados, cuya construcción se atribuye en todos los casos a la paciente laboriosidad de los moriscos . Quizá esta atribución no sea acertada, pues igualmente podrían ser obra de romanos, cartagineses o de los más antiguos habitantes de la Península.
Me entretuvo mucho en este corto viaje la superstición de mi guía, que era de un tipo que, lejos de limitarse sólo a él, pude encontrar en todos los cocheros y arrieros con quienes tuve ocasión de conversar sobre el tema a partir de entonces. Constantemente llevan consigo una pata de topo para proteger a sus mulas y caballos del mal de ojo . Al principio creía que con esta expresión se referían a enfermedades visuales, pero después de informarme mejor comprendí que me encontraba en un error, y que hacía referencia a una influencia maligna de origen hechiceril que se transmitía a través de la mirada. En las provincias de sur de España, los niños y el vulgo siempre concuerdan en atribuir poderes nigrománticos a las mujeres más deformadas, más decrépitas por los años y más demacradas físicamente de cada pueblo. Antiguamente esto también ocurría en Inglaterra, e incluso hoy mismo se da en Cornwall, donde la bruja tiene que repetir tres veces la palabra «quiero» para echar una maldición. En España, sin embargo, le es suficiente con una mirada para que cualquier persona, a menos que esté protegida por un poder superior, se debilite o muera. Los amuletos más apropiados para encontrar protección en estos casos son una pata de topo que se lleva en un bolsillo, un trozo de tela escarlata que deben llevar los hombres o la manecita que se coloca en la cintura de los niños. Esta última es una pequeña mano de azabache, marfil, cristal o algún tipo de piedra, que está engarzada en plata y mantiene el pulgar extendido hacia abajo entre los dedos intermedios. A falta de estos amuletos, una persona que teme algún peligro puede defenderse fácilmente si hace este mismo gesto con su pulgar. Por ello, siempre que una madre cuidadosa observa que alguna desagradable bruja mira fijamente a su hijo, le chilla: fesla una figa.
En este corto viaje tuve ocasión de conocer un nuevo establecimiento que honra mucho al conde de Floridablanca, pues hace que el viajero se sienta más cómodo y seguro. El gobierno está levantando pequeñas cabañas con un huerto, separadas una legua entre sí, y que sirven para acoger al peón caminero , que gana cinco reales al día por reparar los caminos, y para proteger a los que se encuentran de viaje. Para ello, están equipadas con las herramientas y las armas necesarias. Este sistema se extenderá a todas las provincias.